Siempre se ha hecho una clara distinción entre cuerpo y mente, tanto, que incluso los estudios del ser humano están perfectamente separados, y nosotros, los profesionales de la salud mismos, nos clasificamos como: médicos, psicólogos, fisioterapeutas, e incluso sacerdotes, gurús emocionales, coach nutricionales, entrenadores personales…
Sin embargo, somos un pack.
Todo aquello que ocurre en nuestra mente, impacta en el cuerpo, y todo lo que ocurre en el cuerpo, impacta en nuestras emociones.
Nuestras abuelas ya lo sabían: “Esto me va a costar un riñón” decían. Lo que no sé, es si sabían que, en muchos casos, la expresión más que económica, pudiera llegar a ser literal.
Pero vayamos más allá. En esta clasificación de profesiones que trabajan para el bienestar personal habría que incluir a los trabajadores sociales y las ong´s, ya que vivimos en una sociedad, y la situación social en la que cada uno se encuentra también es crucial para la salud.
Hay situaciones que son claramente traumáticas, como son las guerras, pero si buscamos ejemplos más cercanos, es muy fácil que nos encontremos con un paro de larga duración, con un problema de bulling, o de acoso laboral, o todavía más simple: vivir en soledad.
Tampoco es lo mismo vivir en el campo que en la cuidad, en un país que en otro, tener un trabajo más físico o más mental…
Por eso la salud es un concepto bio-psico-social. Enfermamos desde estas tres vías, y las tres son muy importantes para restaurar la salud perdida.
Cuando no podemos expresar lo que sentimos (o no lo pudimos hacer en el pasado), es nuestro cuerpo el que habla, y cuando esto ocurre, además de ser tratado desde una perspectiva fisiológica, el tratamiento emocional es de gran ayuda.
¿Y por qué es nuestro cuerpo el que habla?
La emoción siempre se expresa en el cuerpo, no tiene otra manera de existir, igual que los peces existen en el mar.
Cuando estamos muy alegres estallamos en una carcajada, cuando estamos muy nerviosos se nos acelera el pulso, cuando estamos muy tristes se nos saltan las lágrimas. Si me dan un susto pego un salto, y a veces hasta doy un buen grito, si me dan una sorpresa exclamo, y si algo me da asco me entran nauseas. Si tengo vergüenza me suben los calores, si me siento bien…sonrío como un tonto… ¿Te has sentido identificado?
Pues bien, igual que expresamos emociones físicamente de manera adecuada, nuestro cuerpo puede acabar expresando emociones más ocultas, traumáticas, sostenidas o inconscientes, de maneras menos funcionales: dolores musculares, migrañas, mareos, diarreas, úlceras, pitidos en los oídos, problemas en la piel, vómitos, irregularidades menstruales, parestesias… porque una emoción no es como un fuego artificial: que estalla en el aire y desaparece sin dejar rastro. No, una emoción para que aparezca necesita de un soporte vital, y ahí está nuestro cuerpo, ofreciéndose como aval.
Para todo esto existe una explicación científica, en la que entran en juego transmisiones neuronales,estrés sostenido, aumento de cortisol, y por último un proceso de inflamación que tiene que acabar expresándose de alguna manera.
Si eres de los que no para de ir al médico, porque cuando no es una cosa, es otra. Si no sabes porqué tienes tantos dolores, si por más pruebas que te hagan no parece que tengas nada, si no puedes comer bien porque tienes el estómago cerrado, o no duermes, si estás en un estado de alerta constante, si se te carga mucho la espalda, y tienes síntomas inespecíficos en general, sería bueno que además de al médico, al fisioterapeuta o al nutricionista… consultaras a un profesional especialista en psicología psicosomática, porque es posible que aunque vayas superando todos los obstáculos que la vida te va poniendo por el camino… sea tu cuerpo el que se está haciendo cargo de tus facturas emocionales.
Ana Cardona Patau
Psicóloga colegiada M-15.873